Bienvendidos

Poemas mios y otros cuentos son las ideas remotas del inconciente de Gabriel. Por favor no tomar los poemas como reflejos de armonía ya que han sido compuestos en el total caos. Los cuentos son efectos de la terapia, por lo que parece que son mas serenos

martes, 8 de febrero de 2011

Titulo en proyecto

Él sabía que buscar su amor en los poemas, en libros viejos seria inútil, era encontrarla en el café de la esquina sentada frente a una silla vacía y que tal vez no lo esperaba. Sabía y el saber lo encerraba en pensamientos, en idas y vueltas de hamacas y calesitas. Se imaginaba llegar al café con flores y disculparse por llegar tarde…

Salto de su mundo pequeño para caer en el departamento tal vez mas pequeño y vacío y oscuro y solo. Se asomo a la ventana por donde se escapaba un poco de su mundo, la avenida que chocaba contra las ventanas del café donde ella todavía lo esperaba.

Las luces de la calle y el frío que acariciaba la cara de la noche. Tomo las llaves y el abrigo, al cerrar la puerta y verse en el pasillo de puertas abandonadas: bajar las escaleras hasta llegar a la puerta principal y de ahí cruzar el pequeño patio antes de llegar a la calle era abandonar su mundo. Ese pasillo tras su puerta, las escaleras y hasta el caminito de piedras del patio no le eran extraños, los recorría, sabía de memoria las puertas que atravesaba y el número de escalones y los pasos desde la puerta a la calle. Pero era abandonar su mundo, sus libros, el polvo, las notas en el escritorio, sus cosas, sus otros yo que también lo esperaban.

Al llegar a la calle y chocar con el frío que lo cortaba a pesar de su abrigo, pero no era el frío, era esa sensación extraña de los enamorados, algo similar al pánico escénico de los actores. Él sabía que llegaba tarde tal vez demasiado pero confiaba que ella estaría esperando. Cruzó la avenida y al estar a pasos del café la vio salir, ella tiro un pañuelo a la basura. Sintió como desde ese momento las flores en sus manos se secaban.

Tiro el ramo de flores sobre el pañuelo y entro al café, se sentó en la barra y miraba de reojo la mesa vacía donde ella lo estuvo esperando. Tomaba despacio la taza de café y otra vez las ideas que caían como gotas, como de un cielo mas alto empezaron a dar vueltas en su cabeza. No, no estuvo llorando, con este frío las personas se resfrían, si era eso nada más, un resfrío. Se convencía de eso, y miro nuevamente la mesa que ahora la ocupaba un gordo que borraba el perfume ya invisible de ella.

La llamare, pero no esta noche, esperare a la mañana. Pago el café y volvió a su departamento, a su mundo, al encuentro con sus yo que también esperan por él. Saber que le esperaban libros por leer, las notas y trabajo lo confortaba, iba a mantener la mente ocupada por un buen rato hasta dormirse.

El camino de regreso fue rápido, no se detuvo para sacar las flores del tacho de basura, tampoco se detuvo en medio de la calle, indeciso por sus actos, el frío era otro tema, no lo cortaba como antes, pero la idea de que ella estuviera llorando por su ausencia lo satisfacía, le daba orgullo que alguien llore por él como forma de aprecio.

La noche fue larga, los pensamientos no atacaron su mente, pero sus sueños no lo dejaron dormir, era como si volviera a verla salir del café llorando, y él sin poder hacer nada atado de los pies con las flores secándose en sus manos, y una y otra vez la misma imagen que se convirtió en pesadilla. El despertador ayudo a su escape, tengo que llamarla, explicarle porque no llegue. Sería tonto dar excusas o inventarlas, tomo sus notas, los libros y su trabajo por terminar y los dejo caer en el fondo del bolso. El agua de la ducha lo ayudo a aclarar su mente.

En la calle todo parecía igual a ayer, llego al café, se acomodo en un rincón, sin llamar a la mesera, ella se acerco y tomo lista de lo mismo. No se, ya deberían darse cuenta que pido lo mismo todas las mañanas, ella le sonrío a la cual él no le correspondió. Casi no miraba alrededor suyo, nunca lo hacía, el diario sobre la mesa que esperaba ser leído y los sonidos de tazas y cucharas chocando, afuera el sol y la avenida y mas arriba su departamento que se alcanzaba a ver tras los árboles secos. El café y las medias lunas lo hicieron volver, saco las notas del bolso y por un momento le pareció que ellas se comparaban en semejanza al café, las hojas con un suave tono amarillo y letras en negro como las paredes de donde colgaban fotos viejas y cuadros sobre el amarillo tal vez mas oscuro pero casi similar. En ese momento su mundo tal vez se agrando o se conecto de alguna manera al café.

Levanto la mirada hacia la otra punta y la mesa estaba vacía pero parecía que ella estaba ahí, que de alguna manera lo seguía esperando, ausente, callada. Tal vez las flores sigan ahí, miro el tacho de basura pero sabía que tendría que estar vacío o que las flores fueron recogidas por alguien. El café frío le dio idea de que llegaba tarde al trabajo, las cuadras y el colectivo no esperan, me tengo que ir.

Las dos cuadras desde el café a la parada del colectivo le borraron las ideas de llamarla nuevamente. No tengo excusas, pero puedo decirle que trabaje hasta tarde o que debía ir a lo de un pariente, las excusas mas estupidas y hasta infantiles corrían tras el colectivo pero nunca lo alcanzaron. Las letras grandes del diario, el ruido del motor y de las voces atrás de su asiento lo aturdían, sus ojos pasaban por la calle, veía vagamente carteles, las personas que caminaban y no parecían moverse. Sus ojos llegaron a su pelo, su espalda a tres asientos del suyo. Era ella, no la vio al subir, pero algo lo ataba al asiento, algo pesado sobre sus piernas, el bolso, las notas, los libros.

Los juegos son así, se vio llegar atrás de su asiento y hablarle al oído como en secreto, sin intentar explicar su ausencia la noche anterior, organizar los tiempos para poder comer al mediodía o bajar juntos a algún café para poder charlar. El freno del colectivo y ella que ya bajaba sin esperarlo fue como el cachetazo que lo trajo, otra vez se sintió un idiota. Desde su ventanilla la veía alejarse o más bien él se alejaba sin poder bajar del colectivo.

Llegar al trabajo, donde ella no llega, donde esta aislado de las calles y de sus ideas. Era estar ahí, para poder olvidar todo por unas horas para sentirse libre de pensar. Las carpetas que se apilaban, las personas y los teléfonos que eran lo mismo, todo ese caos llegaba a tranquilizarlo, se dejaba llevar por las horas. ¿Porque no le hable, me habrá visto y no quiso hablarme, estaría enojada?

Volver a sus pensamientos los supuestos futuros o pasados, los momentos que se pudieron evitar o vivir. Todo eso lo seguía cegando.

El día que se escapaba por las ventanas, que descansaba en las veredas como esperando algo, a él, que retorcía papeles, se encerraba en notas, en el ruido de las tazas de café chocando contra las cucharas y el azúcar, entre las personas que discutían, reían, y hablaban por lo bajo, al mismo tiempo en el que el viento tiraba a la calle las hojas secas. Todo parecía por momentos tener sentido, en el gris del día que se terminaba súbitamente.

Volver por las veredas húmedas de rocío, chocando con el viento, con el silencio de atardeceres ausentes, volver por las calles vacías, entre los espirales del recuerdo del día ya enterrado.

La noche que lo encontraba entre las sobras, sentado en una mesa, mientras respiraba suave el humo del cigarrillo, mientras lo demás se consumía. Las paredes que respiraban, el tiempo que le devolvía las imágenes tan claras de ella sentada en el café de la esquina con los ojos en las cartas que nunca escribió.

Todo parece ser tan sencillo, era salir del departamento, ir a su encuentro. Esa idea de correr hacia ella pese al frío, se seco en el primer parpadeo, quedo vacía en el piso, como un papel arrugado, fue a la cama pensando en un mañana.

El silencio en el pasillo

No hay comentarios:

Publicar un comentario